lunes, 14 de agosto de 2017

Abuelo

El olor a puro llena mis pulmones, toso. Miro donde se supone que estaría el humo, pero no hay nada, ni siquiera el olor permanece.
El ruido de una respiración, una no muy natural, casi artificial, llega a mis oídos; me giro, y otra vez no hay nada que mi ojos o mis oídos puedan contemplar.
Ahí esta nuevamente, un sonido, ahora el de unas cartas siendo barajadas, alguien las coloca sobre una mesa y se dispone a jugar con ellas, vuelvo a girar mi cabeza para encontrarme con lo que esperaba, nada. Solo el destello de unas viejas copas me ciega.
Ahora el sonido viene de exterior, sobre la tierra, húmeda por la lluvia, alguien lanza unas bolas metálicas haciendo que estas suenen cuando chocan entre sí. Acelero el paso. Casi no puedo respirar, casi no puedo mantener el equilibrio, pues intento ser rápida antes de que desaparezca. Tarde. Demasiado tarde. Nuevamente me encuentro ante la nada. Una nada que alguien dejó.
Oigo el vareo de un árbol y la voz de un hombre que cuenta historias al son de los golpes de la vara. La reconozco, y un escalofrío me recorre el cuerpo. Lloro. Lo siguiente que recuerdo es que los cielos lloraron conmigo, humedeciendo la tierra que una vez él piso y haciendo eco de lo que una vez fue su voz.

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