lunes, 14 de agosto de 2017

Abuelo

El olor a puro llena mis pulmones, toso. Miro donde se supone que estaría el humo, pero no hay nada, ni siquiera el olor permanece.
El ruido de una respiración, una no muy natural, casi artificial, llega a mis oídos; me giro, y otra vez no hay nada que mi ojos o mis oídos puedan contemplar.
Ahí esta nuevamente, un sonido, ahora el de unas cartas siendo barajadas, alguien las coloca sobre una mesa y se dispone a jugar con ellas, vuelvo a girar mi cabeza para encontrarme con lo que esperaba, nada. Solo el destello de unas viejas copas me ciega.
Ahora el sonido viene de exterior, sobre la tierra, húmeda por la lluvia, alguien lanza unas bolas metálicas haciendo que estas suenen cuando chocan entre sí. Acelero el paso. Casi no puedo respirar, casi no puedo mantener el equilibrio, pues intento ser rápida antes de que desaparezca. Tarde. Demasiado tarde. Nuevamente me encuentro ante la nada. Una nada que alguien dejó.
Oigo el vareo de un árbol y la voz de un hombre que cuenta historias al son de los golpes de la vara. La reconozco, y un escalofrío me recorre el cuerpo. Lloro. Lo siguiente que recuerdo es que los cielos lloraron conmigo, humedeciendo la tierra que una vez él piso y haciendo eco de lo que una vez fue su voz.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Gotelé

Miraba al techo. Blanco, sin una pizca de gotelé, estaba acostumbrada al gotelé. Algo tan liso, vacío, me parecía nauseabundo, deprimente.
Simplemente liso.
Y ese blanco, demasiado blanco, no era ni un blanco crudo o uno amarillento, era blanco.
Otra cosa por la que sentir náuseas.
Me giré para posar mi mirada en la mugre, no mugre como tal, solo que había descuidado un poco lo que era el orden de las cosas.
La estantería largamente rectangular estaba abarrotada de libros, unos libros mal cuidados y sobre todo mal limpiados, todos llenos de polvo. Que asco. Suspiro poniendo mis ojos en blanco y tras una larga vuelta por mis cuencas hacen deterner mis pupilas en la gran pila de ropa acumulada ahí desde hacía largas semanas.
¿En serio nadie va a recogerlo?
Pero mira que soy vaga, pienso para mí, y me vuelvo a girar.
Otra vez ese puto techo sin gotelé, y otra vez ese vacío.
Intentó dormir, no sirve de nada, mi cabeza es un volcán a punto de estallar, pensamiento tras pensamiento se me va quitando cada vez más el sueño.
Duérmete, joder.
Pruebo suerte hacia el lado de la cama que aún no he visitado.
Me siento abrazada por mi cojín, blandito y con su funda blanca y rosa. Huele bien.
Me da paz, pero que breve es.
Otra vez, ese sentimiento.
¿Piensas dejarme en paz?
Solo quiero dormir y soñar; quiero soñar con esa casa  llena de largos pasillos que hace que los quieras recorrer, con sus baños enormes y faltos de intimidad, con sus puertas que no encajan en los marcos, con la luz de un decorado de cine, y sobre todo, con esa vitalidad; con la gente que vive en esa casa, que me acoge, me quiere, me besa, me toca, me hace sentir viva...con esa gente que me hace feliz.
¿Tan difícil es dejarme dormir para poder estar con ellos?
Es lo único que me aparta de este puto gotelé y lo que no es gotelé.
Pero no, ese algo que intenta dejarme sin respirar, que me oprime el pecho, solo quiere que viva en la única dimensión en la que ella pueda controlarme.
Destruyendo mi refugio.
Destruyendo mi felicidad en la casa en la que pude amar de verdad, y en la que mi risa no estaba contaminada por los prejuicios.
No lo destruyas, por favor; tampoco les destruyas a ellos.
¿Sabes que te digo? Que ya tuve bastante.
Vete a la mierda.
Cierro mis ojos con fuerza, llego a pensar que es posible que vayan a reventar. Pequeñas lágrimas salen de mis ojos y sigo aprerando más y más y más y más y más y más.....
Oscuridad.
¿Quizas me he quedado ciega?
No.
Por fin, he conseguido dormir; pero no hay ni largos pasillos que recorrer, ni baños enormes, ni paredes rojas, amarillas o azules, ni puertas que no encajen, ni están ellos....solo está ese puto gotelé.


martes, 8 de agosto de 2017

Noche, sálvame

Llorando una vez más en lo que a mí me gustaría que fuese una fría noche para poder protegerme de todo aquello que intente hacerme daño bajo mis sábanas. Pero no. Hace calor, un calor odioso, sofocante, capaz de evaporar mis lágrimas antes de que toquen la almohada.
¿Qué puedo contarle a la noche que no le haya contado ya?
Ella es quien escucha cada uno de mis lamentos, peticiones y ruegos. Quien me acuna con su manto de estrellas y me seca las lágrimas con sus silencios.
Mi corazón vuelve a pronunciar todos esos deseos que jamás le han sido concedidos, sigue llorando por algo que nunca tendrá. Se desangra. Pero intenta seguir viviendo, lo intenta porque cree que al despuntar el alba ahí estará el primer rayo de luz que lo salve. A mi parecer, es perder unas fuerzas que jamás recuperaré. La noche acabará consumiéndome, como ya hizo el mundo la última vez que lo visite.
¿Qué puedo contarle a la noche que no le haya contado ya?
Romper su silencio con mi voz quebrada no sirve de nada. No me consuela. Solo el sabor dulce de mis lágrimas hace que me apiade de mí.
Pero ahí está ese pensamiento que vuelve a hacer que me sienta miserable, maldecida por la vida que me ha tocado vivir. Y entonces las imágenes que cruzan mi cabeza son más fuertes que cualquier consuelo. Gente que jamás tuvo que sacrificarse para vivir porque, si se sacrifican otros por ti, tienes la vida hecha.
Entonces una punzada de dolor me llega hasta el estómago, recorre mi corazón y atraviesa mi mente. No estoy a salvo ni de mi propio cuerpo.
¿Qué puedo contarle a la noche que no le haya contado ya?
Mis párpados, antes negros por la oscuridad, empiezan a tornarse de color rosado, del color de la carne. Me atrevo a abrir uno de ellos y ahí está, ese primer rayo de luz.
La última lágrima surca mi mejilla; he sobrevivido a otra noche.