Giras la cabeza una vez más, haciendo que tu preciosa melena,
llena de fuego, refleje los rayos de sol que tanto juego dan a tus mechones
enredados.
Sonríes, y ahora soy yo el que proyecta sus mejores
recuerdos.
Recuerdos en los que el color naranja, rojo fuego y mostaza
son los intérpretes de una divertida comedia.
No quieres detenerte, nada te para, y a mí, me haces avanzar
cada vez más a esa zona de luz que tu llamas hogar.
Tu fuego me da calor, me protege; y, sobre todo, me hace
olvidar los daños de la vida.
He alcanzado el raudo ritmo de las estrellas, ahora brillo e
ilumino a quienes con ingenio atisban su mirada en mí.
Inmensas tempestades fueron calladas con los atardeceres de
tu mirada, incluso aquellas causadas por quienes tu ira no conocían.
Mirándote te suplico por otra de tus sonrisas, para así,
poder ahuyentar a la oscuridad que viene tras el ocaso.
Mas no todo es eterno, y tú, calatea salvaje, ansiosa de deseos y libre, fuiste fugaz, un deseo único en la inmensidad de un cosmos eterno.
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