Constantemente me pregunto si
tendré la oportunidad de emprender la aventura de mi vida, la cual me lleve a
lo que serán los cimientos de mi hogar hasta que decida que la vida me ha
enseñado lo suficiente como para marcharme.
En mi mente siempre está ese
verde que rodea todo mi hogar, un simple sitio modesto al que llamo casa. Ese
verde me proporciona un olor fresco similar al que tendría la auténtica libertad,
si es que alguna vez se alcanza en esta vida. Es un verde que no solo puedes
disfrutar con el olfato, esa es únicamente la segunda sensación que te
produciría al estar en contacto con él.
La primera de todas es la vista:
antes de poder disfrutarlo con el olfato, tus ojos han creado una imagen de
algo a lo que tú llamas paraíso en tu cabeza. Nada te parece equiparable a lo
que en ese preciso instante estás contemplando. Para ti eso ya es único. Tus
ojos tan solo pueden enjuagarse las lágrimas que a borbotones
asoman por sus lagrimales. No te lo crees y tienes que pellizcarte.
Es tan irreal que ni siquiera
crees que estés ahí realmente. Y sigues mirando sin dar crédito a esa imagen
que no para de proyectarse delante de ti. Te repites sin más que es el simple
decorado de una película de ciencia ficción. Pero, una vez que te da el aroma
de miles de fragancias, empiezas a formar parte de su baile. Ahora sois dos
seres compartiendo experiencias juntos.
Entonces decides alzar tu mano
para tocar el verde que tan fascinada te tiene. Y ahí es donde entra el tacto,
mostrándote una vez más que lo que estás viviendo es tan real como tú. Cada
fragancia, textura y forma crea un sabor nuevo en tu boca. Eres incapaz de
enumerarlos, solo los degustas porque no sabes cuánto durará aquello.
¿Será eterno o un simple segundo
en el tiempo? No te importa y sigues disfrutando de ese instante. Crees haber
encontrado tu lugar en el mundo. Hasta el sol, cálido sin ser abrasador, te
indica con sus rayos que has llegado al tesoro enterrado bajo la cruz. Y lo
mejor de todo es que eres la única en tu descubrimiento. Solo tu alma sabe que
has conectado con ese lugar y nadie jamás podrá arrebatártelo. Nadie, excepto
la vida.
No sabemos cuándo nuestro
lugar idílico, nuestro verdadero hogar, llegará hasta nosotros. Por eso la
parte irracional que nos conduce a la locura ha de tomar el control, pues es la
única que controla el ser que somos, la que nos lleva al sitio al que
pertenecemos y la que nos enseña nuestro destino lejos del mundanal
ruido.
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