Era una noche cualquiera, una más de tantas. O eso creía la
gente, absorta en sus miserables vidas llenas de cotidianidad. Para mí, era la
noche de mi libertad. El jazz, fuerte y estruendoso, resonaba por toda la
habitación. Su ritmo dorado combinaba perfectamente con el palpitante rojo de
la sangre. La ceniza de un olvidado cigarro se derramaba sobre la moqueta, y
yo, con mis ojos cerrados, movía los brazos al ritmo del gran Charlie Parker.
Bravísimo. No se me ocurría mejor manera de amenizar la velada; incluso mi
acompañante se había quedado mudo ante tal escenario de pasión.
—¿Sabes? Empieza a hacerse tarde —dije mirando el reloj que
pronto daría las doce—. Creo que has tenido suficiente de mi compañía por hoy;
bueno, por toda tu vida. Lo siento, no puedo evitar reírme al verte así de
tranquilo y… sumiso. Quizás haya sido el miedo el que ha dejado esa expresión
en tu rostro. O quizás el que una mujer por fin te haya plantado cara. Han
podido ser tantas cosas que soy incapaz de enumerarlas. Te aburriría con ellas,
a pesar de que ahora dispongas de todo el tiempo del mundo. Con lo pequeño que
se te ve, me cuesta creer que fueras tan cabrón en vida —al decir eso no pude
evitar tocarme el ojo morado que me había dejado de recuerdo. Sentí un
escalofrío, así como una insana felicidad—. ¿No crees que la historia ha dado
un giro muy radical? La verdad es que no ser yo la sumisa nunca más sienta
bastante bien. Sienta tan bien que mi piel luce más tersa y suave. ¿No era eso
lo que querías? ¿Que me viera igual de bonita y delicada que las demás chicas?
Siempre exigiéndome ser igual de ordinaria que ellas porque, según tú, una
chica con cerebro se te antojaba demasiado… ¿cómo lo decías? ¿Vulgar? Eso es.
¡Demasiado vulgar! Tú sí que eras vulgar. Quién en su sano juicio dice a una
niña, inocente e indefensa, que no vale nada por no ser igual que el resto
¡Dime, maldito inútil! ¡¿Quién?! —No pude evitarlo y perdí los papeles,
lloraba, pero nunca más por él—. Creo que deberías saber que aquellas historias
que escribía, y que tú considerabas palabras sin sentido, van a ser publicadas.
Hace un mes que lo sé, pero tenía muy claro que tú no serías partícipe de mi
éxito. Tomé esa decisión la última vez que me pegaste una paliza. Sí, aquella
en la que casi me matas, aquella en la que mi cabeza se quedó colgando en la
bañera, mientras me caía un chorro de sangre hasta la boca de la brecha que me
hiciste en la frente. Qué tiempos aquellos. ¡Y pensar que fue solo porque me
atreví a mirarte! Ahora por fin tengo la libertad que tanto ansiaba, y qué
mejor que llevar a la práctica aquello que desde niña cuento en los relatos que
me han hecho famosa. Bueno, como decía, es tarde. Espero que en el infierno
sean justos y te den lo que te corresponde, inútil .
Cogí mi abrigo marrón, y apagué la luz, terminando, pues,
con una vida de abusos al son de un magnífico jazz.
Judith decapitando a Holofernes de Artemisia Gentileschi |
A más ver, Samantha Wind.
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