miércoles, 18 de abril de 2018

Aquel pequeño Oliver Twist

Los vapores de la fábrica le hacían toser
ríos de sangre condensada
en su existencia amargamente marchitada.

Levantó la mirada hacia el cielo
y con su mano negra,
podrida por el carbón,
hizo una pequeña visera para resguardarse del sol.

Vio como aquella espesa nube,
que tan dentro llevaba en los pulmones,
se expandía sobre un bello cielo
que hacía años que viera el azul de las estrellas por última vez.

Tosió, la sangre cada vez era más oscura,
Y con cierto desdén alzó la mano,
que esperaba que, por última vez,
le diera de comer.

La gente paseaba sin reparar siquiera
en uno más de tantos,
en un niño más que se labraba su futuro,
con los pies descalzos y piel de escuerzo,
un espíritu quebrado.


El sol empezó a deshacerse
en pequeños copos blancos
y su luz anaranjada
se tornó serena y apacible,
bendiciendo con su suave haz
el aullido del lobo
que hambriento esperaba
y rogaba.

Las campanadas de la iglesia,
ocultada tras la neblina
que la contaminación provocaba,
anunciaba una angustiosa media noche.

Sobre la tierna nieve yacía
también un aún tierno cuerpo
que hacía unos breves instantes
tosía, condenando sus sueños
y esperanzas, cuya lucha nunca desistió
¡Contemple cómo se ahoga en su propia negra sangre!

El lobo sediento e impaciente
no aminoró el paso ni por un segundo
y con gran deleite se abalanzó sobre su presa,

creando un océano rojo de anhelos
sobre la blanca nieve de enero.



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